Cuando la vida comienza

Capítulo 1: Y por fin dije Adiós

El despertador no ha sonado.

Entra una leve luz entre las cortinas.

Me siento desorientada, me cuesta centrarme.

Me incorporo y noto un dolor punzante en las sienes.

De repente, una presión en la boca del estómago trae a mi cabeza la noche anterior.

Quiero volver a dormirme, no quiero recordar, no quiero saber, no quiero…

Noto que las sábanas se mueven. Esta ahí, acostado a mi lado, como si nada.

No me atrevo a moverme, me concentro en mi respiración para que salga suave y acompasada. No puede notar que estoy despierta.

Cierro fuerte los ojos y los puños. Mi madre, de pequeña me decía que cuando quisiera alejar un mal pensamiento cerrara fuerte los ojos y los puños y me centrara en echarlo de mi mente.

Pero ahora no funciona.

Querría tener la capacidad de teletransportarme, querría desaparecer.

Me centro en pensar qué día es y qué iba a pasar.

Lunes, septiembre, hoy comienza el cole de las niñas.

¡Dios mío, en 30 minutos tengo que levantarme, ducharme, hacer los desayunos, preparar meriendas!,… como si fuera un lunes cualquiera.

Me toco la cara y presiono mis pómulos, la frente, la parte alta de la cabeza. Parece que esta vez no hay señales. Algo menos en lo que pensar, las niñas no se darán cuenta.

De pronto, la imagen de toda la familia a primeros de agosto en el aeropuerto rumbo a Colombia se apodera de mí.

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Estaba feliz con ese viaje, por fin las niñas conocerían el lugar que me vio nacer.

Llevaba 10 años sin ir a Colombia y por fin podía volver.

Las niñas estaban felices y él también. Todo estaba perfecto.

Recordé como me monté en el avión  y rogué que todo se arreglara. Seguro que a partir de ahora todo iría bien y volvería aquel chico tierno y simpático del que me enamoré hace 15 años.

Me lo había prometido y yo le creí, necesitaba creer que todo iba a volver a ser como al principio.

Él tenia razón: los problemas en el trabajo y la enfermedad de la niña le habían puesto al límite y además yo no sabia como ayudarle.

Había probado todo: callarme cuando no estaba de acuerdo, decirle con sumo cariño y dulzura mi opinión, alabar cada idea que tuviera… pero al final algo volvía a pasar que se rompía todo..

Llegamos a Colombia con un tiempo magnifico y mi familia al completo a nuestra disposición para hacernos la estancia perfecta.

Mi hermana nos había prestado su casa a orillas del mar. Se le veía maravillado, me abrazó y me dijo: ¿por qué no hemos venido antes? Esto es increíble.

Yo estaba orgullosa de mostrar mi tierra a mis hijas y a mi marido, de enseñarles todo lo bueno que tiene y sobre todo de vivir un verano de cambio.

Mis amigos de la infanciase rindieron a sus encantos y pronto Elías fue el centro de atención: se mostraba simpático, incluso humorístico. Me hacia carantoñas y colaboraba en todo lo que se le pidiese.

Se hizo con el entorno enseguida. Me encantaba verle hablando de todo, dando su punto de vista sobre temas diversos, “realmente es un hombre muy cultivado”, pensaba.

A las dos semanas de estar allí tuvimos una fiesta en casa de unos amigos. Era una casa grande y confortable, con salida directa a un pequeño embarcadero. Ellos eran propietarios de unas tiendas de muebles y les iban muy bien. Se habían hecho conocidos por su gusto y su profesionalidad a la hora de ejecutar obras y decorar espacios.

Habían trabajado muy duro y sin lugar a dudas ahora la vida les sonreía.

Elías estaba asombrado. No se esperaba que mis amigos tuvieran éxito, les fuera bien profesionalmente y encima me quisieran tanto.

Nos despedimos a las 2 de la mañana, la canguro se iría en media hora y había que volver a cuidar a las niñas.

Hicimos el camino andando por la playa. La temperatura era cálida y la humedad te pegaba la ropa a la piel, pero no nos importaba.

Estaba rememorando las conversaciones cuando Elías me agarró de la cintura, me gira frente a él y me dijo: -¿por qué no nos venimos a vivir aquí?

Me dio un vuelco el corazón y salí de mi burbuja.

Me paré y le miré: -es imposible, toda nuestra vida está en Madrid .

-¿Qué vida? No tenemos nada que merezca la pena, ¿qué tenemos? -me dijo.

No daba crédito a lo que escuchaba.

-Tu familia, mi trabajo, tu trabajo, los amigos, colegios,…. ¿A qué te refieres conque no tenemos nada?.

-Yo ya no tengo trabajo., respondió mirando la arena.

-¿Qué quieres decir? ¿Cómo que no tienes trabajo? Me dijiste que iba todo bien.

-Pues te mentí, no quería preocuparte. La empresa esta en la quiebra y debemos mucho dinero al banco. La casa esta rehipotecada….

Cada palabra suya se clavaba en mi cuerpo como finas puntas de metal frio y duro.

No me salían las palabras, no podía ser verdad lo que estaba escuchando.

Hacia diez minutos era feliz y ahora no podía ni respirar.

Le miré y recordé nuestra última bronca, recordé sobre todo como acabé en el suelo de la cocina con el estómago hundido tras un certero rodillazo que me dobló por la mitad.

Aquel dia también había bebido, como hoy.

Decidí mantenerme en silencio.

Por fin llegamos a nuestra casa y como una niña bien educada sonreí, pagué y despedí a la canguro.

Fuí a dar un beso a las niñas. Me quedé un rato sentada entre las dos camitas. Carla tenía la nariz roja, siempre le pasaba el primer dia de sol. Manuela en cambio estaba ya morena era más trigueña, como yo.

Me metí en la cama, me acurruqué en postura fetal y me tomé la pastilla que tenia guardada para el vuelo de vuelta. Necesitaba dormir.

Al dia siguiente, en el desayuno, mientras las niñas seguían durmiendo le dije:

-¿En qué situación estamos?

-Nos van a embargar la casa en los próximas semanas sino pagamos la deuda.

-Pero si yo pago todos los meses la hipoteca. ¿O no?

-No, ese dinero iba para las deudas.

-Hemos tenido muy mala suerte no es culpa de nadie.

Nos quedaba una semana en Colombia. El me dijo que era una oportunidad increíble, que seguro que aquí él iba a triunfar, que yo podría buscar trabajo en cualquier parte porque era muy buena  que aquí íbamos a volver a ser felices, que nos merecíamos otra oportunidad, que confiara en el , que….

Algo ese día se rompió dentro de mí: ya no había mas oportunidades. Era la tercera vez que sus ideas brillantes nos metían en problemas económicos muy serios. Le había dicho que no estaba de acuerdo con su última apuesta por montar una empresa de productos electrónicos, que él no sabía de eso que no lo habían planificado,… pero no me hizo ningún caso.

Ya no podía confiar en él y sus proyectos.

Le dije que necesitaba pensarlo, volver a España y ya veríamos.

Pero yo sabía que todo había terminado. Ya no había nada que salvar. Sus mentiras, sus embrollos su falta de autocrítica… ya no podía más.

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Y ayer fue el día. Procuré que no hubiera alcohol, que estuviéramos tranquilos, que las niñas durmieran.

Llegó a casa y se sentó a cenar. Parecía tranquilo y decidí sentarme a su lado:

-Elías, he decidido que no me voy a ir de España, que voy a seguir con mi trabajo y que las niñas van a seguir yendo al mismo cole con sus mismos amigos. He decidido además que quiero separarme, que no puedo aguantar mas tus…..ZASSSSS me pego tal puñetazo en las costillas que me hizo rodar por las escaleras abajo.

Ni siquiera sé en qué momento se giro para darme el golpe. Me levante como pude y huí de la cocina a refugiarme en el armario escobero. Pero no sirvió de nada. Me doblaba en tamaño y furia.

Me persiguió gritando que era una egoísta de mierda, que le había arruinado la vida que me merecía lo peor.

Siguió dándome patadas. Afortunadamente yo era una gran experta en cubrirme el rostro y en conseguir que los mayores goles fueran a parar en piernas y brazos.

Me agarro de la chaqueta y me sacó del armario. Mi cara frente a su cara a muy pocos centímetros.

-Elije: O vamos a tu país  a iniciar una nueva vida o vuelves tú dentro de una caja de pino.

Tu elijes. Y ahora a la cama.

Y ahí estaba yo. En la cama, a su lado reventada por dentro y sin saber qué hacer.

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Se esta moviendo. Se ha despertado.

Se gira y me mira: ¿qué haces?

Sigue con la misma cara de odio. No ha bajado la guardia, no esta arrepentido. Esta vez es diferente. No me ha pedido perdón.

-¿no piensas levantarte?

-Si, ahora voy.

Me ducho y veo las consecuencias de la ¨charla de ayer¨. Mis costillas rojas, arañazos y un bulto sospechoso en el esternón: seguramente tenga algo roto, no es la primera vez. Pero sí sé que va a ser la última.

Las niñas se van al colegio y mientras me preparo para ir a la oficina le veo tomándose un café, mirándome con un desprecio total.

Espero que esta noche me digas que has decidido.

Salgo sin mirarle y me meto en el coche.

En esos momentos, con la libertad que me daba verme a salvo en mi coche comienzo a temblar, no puedo parar de temblar. Me asusto pensando que me va a dar algo hasta que por fin rompo a llorar. Lloro sin fin, lloro como si las lágrimas pudieran borrar todo lo ocurrido, lloro sangre, miedo, tristeza, y odio, lloro un profundo y oculto odio que nunca antes me había atrevido a sentir.

Le odiaba profundamente. Y ni siquiera me había dado cuenta. Le odiaba por pegarme, por insultarme, por mentirme, por arruinarnos.

Quería matarlo, quería acabar con su vida poco a poco, quería que sufriera lo que él me había hecho durante los últimos 7 años. Quería vengarme.

De repente me vi con las manos apretando el volante, aparcada a un lado de la calle. Me mire en el espejo y no me reconocí. Yo no podía ser esa mujer con los ojos enrojecidos, con la mandíbula apretada, los labios entre los dientes y la lengua saboreando mi propia sangre.

Yo no podía ser esa mujer que el espejo me devolvía, no podía ser ella.

Solté el volante, tenia las manos agarrotadas, me dolían.

No sabia qué hacer y de pronto escuche el móvil: alguien me llamaba. Mire la pantalla y era Eugenia, mi compañera de trabajo.

Descolgué y le dije: -ven a buscarme, no me puedo mover.

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No sé qué paso después. Por lo visto me desmayé y tras localizarme a través del móvil

(Eugenia tenía acceso a mi localización por si acaso) me llevaron al hospital.

Me operaron de urgencia. Por lo visto, el bulto sospechoso eran dos costillas fracturadas que me habían causado un neumotórax.

Los médicos no entendían cómo era posible que hubiera aguantado tanto sin ir al hospital.

Los médicos no sabían el aguante que un cuerpo y una mente tienen cuando estas entrenada en recibir golpes.

Al despertarme Elías estaba allí, con un ramo de flores y abrazando a mis hijas.

Conocía esa mirada y sabia lo que escondía: si dices algo me las llevo y no las vuelves a ver en tu vida.

Pero esta vez no me daba miedo, esta vez la rabia había aparecido y ya no tenía miedo.

Les dije que quería estar a solas con mis hijas y con Eugenia. No le quedo mas remedio que salir, mi petición fue muy firme.

Les dije a las niñas que tenia que hablar con ellas y les explicaría todo pero que ahora tenían que irse con Eugenia.

Eugenia sabía lo que ocurría no tenia que explicarle nada y siempre me había prestado su ayuda aunque hasta ese día, yo siempre la había rechazado.

Le pedí un móvil y llamé a la policía. Expliqué rápidamente lo que pasaba, el medico lo corroboró y les dije que era muy importante que detuvieran a mi marido allí mismo en el hospital en ese momento.

Les aseguré que yo le retendría en la habitación junto con el médico, pero que se dieran prisa.

Casi no podía moverme, pero mi cabeza estaba lúcida, limpia, clara, como nunca antes había estado. Pensaba rápido y daba ordenes a todo mi alrededor.

Entró mi marido y le dije a Eugenia que llevara a las niñas a tomar un helado para poder estar solos.

No le dio tiempo a reaccionar, las niñas salieron por la puerta y yo le llame: Elías, quiero hablar contigo. Por favor quédate.

-Siento que te cayeras por las escaleras. De veras que lo siento, pero entiende que a veces te pones tan insoportable que no me dejas mas remedio.

-Tienes razón Elías y lo siento, sé que es culpa mía y que no te ayuda cuando más lo necesitas.

Se sentó tranquilo y me cogió la mano. Se le notaba relajado, todo estaba arreglado, se sentía que volvía a tener el poder.

A los 10 minutos la habitación estaba llena de policías, y por fin me pude sentar en la cama, mirarle a los ojos de frente y decirle: Adiós Elías, se acabó. No vas a volver a ponerme una mano encima, he dejado de tenerte miedo.

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El médico dijo que al ver las radiografías se veían lesiones antiguas  y que tenía una fractura mal curada en la muñeca.

El juez dio por valido mi testimonio, el de Eugenia y los médicos.

Fue mucho más sencillo de lo que siempre había pensado

Quizás lo difícil venía ahora: testificar ante el juez y ver si mi sensación de seguridad continuaba o el miedo volvía a bloquearme, contar a mis hijas quien era su padre, contar a mi familia quien era ese ser encantador que justo un mes antes algunos habían visto por primera vez, contar en mi empresa que yo, mando intermedio de un equipo de 50  personas y con dos licenciaturas a mis espaldas, había sido durante 7 años una mujer maltratada que casi muere en un coche aparcado en una acera de una calle cualquiera.

Quizás lo más difícil viene ahora.

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Capitulo 2: Carla y Manuela.

( en breve la historia continúa).