Hoy quiero compartir con vosotros un relato de una enamorada de los relatos, las experiencias y los viajes. Se llama Ana Arenaza y como veis ella sí sabe escribir. Gracias Ana por compartirlo con nosotros.
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Los niños corren descalzos sobre una tierra reseca y rojiza que el sol agrietaba cada día un poco más. El polvo que borra los caminos se ha convertido en un mar infinito sobre el que dibujar. Subidos a una piedra pescaba con un palo los enormes peces que han dibujado con el pie. Se amontonan ante el peligro, están a punto de ser devorado por un hierbajo con aspecto de cocodrilo.
Como salida de una nube aparece una mujer; tul verde, tocado amarillo y falda marrón. Collar de tres vueltas azul y unos largos pendientes de abalorios encarnados. Una sonrisa imborrable ilumina su cara, sobre la cabeza lleva un cuenco de arroz sobre que maneja con maestría.
Al acercarse a la algarabía infantil, Amina pone orden. Obedientes los niños forman un corro a su alrededor celebrando su presencia con cánticos y palmas. Ella regala a cada uno un gesto de madre; les limpia la cara, retoca sus trencitas, acaricia sus mejillas…
De camino a su cabaña, Amina ve a Tanú que los observaba sentado bajo el baobab, está solo:
— ¿No juegas con el resto?
— Estoy pensando.
— Debes pensar en algo muy feo porque tienes cara de rinoceronte.
— Nos hemos peleado.
— ¿Quieres contarme qué ha pasado?
— Deberían obedecerme.
— ¿Deberían?
— Soy el más alto, el que corre más deprisa, el más fuerte y mi padre tiene más cabras que cualquiera de los suyos.
— El respeto no lo tendrás por poseer el rebaño más numeroso, sino que lo gana quién sabe cómo llegar a los mejores pastos. Y no solo eso, además se lo cuenta a sus vecinos.
— Aunque lo supiera nunca les diría dónde se puede pastar.
— Entonces ellos tampoco te lo dirán a ti. Y tanto tus cabras como las suyas morirán famélicas.
— Cuando me necesiten se darán cuenta de su error y vendrán a disculparse.
— Quizá sea demasiado tarde.
— ¿Qué quieres decir?
— Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años el baobab era el árbol más espectacular de toda la sabana. Su belleza era increíble; ramas fuertes y robusta, un sin fin de hojas verdes y carnosas, corteza dura. Era precioso y él lo sabía. Crecía hermoso y erguido, tanto que se propuso llegar más alto que lo dioses. Estos viendo su vanidad, decidieron castigarle y ponerle boca abajo, por eso sus ramas parecen raíces. El baobab no quería vivir así y comenzó a secarse. Su corteza quedó rota y resquebrajada. Si seguía así estaría condenado irremediablemente a la muerte…
— ¿Y qué pasó?
— Debo ir a cocinar el arroz para comer. Seguro que encontrarás la manera del salvar al baobab. Tienes de plazo hasta que la luna esté en lo más alto.
Sentados en cuclillas mayores y pequeños forman un círculo perfecto. Toman el arroz con la mano haciendo una bola de la que no se escapa ni una pizca. Comen a turnos, en silencio. Mastican despacio y saborean cada grano, saben lo que ha costado ganárselo, sobre todo este año que el agua escasea. La enorme cazuela queda como una patena.
Cuando terminan Amina se acerca a Kiro:
— Apenas has comido.
— No tengo hambre.
— Debes estar preocupado por algo muy importante.
— Todo es culpa de Tanú. Me gritó delante de todos como lo hace un jabalí salvaje.
— Y ahora, ¿qué pasará?
— Nunca más volveré a hablarle.
— Kiro, ¿conoces la historia del pequeño colirrojo?
— Nunca la he escuchado.
— El colirrojo estaba agotado de volar, llevaba muchos días viajando pero no había donde apoyarse. Si descendía al suelo podría descansar pero corría el riesgo de ser devorado por una serpiente. Estaba sucio y agotado, hacía mucho que no había comido y a su alrededor solo vio un viejo baobab en el que apoyarse, se acercó a él pero este se y no le dejó ni acercarse…Tuvo que continuar volando, estaba exhausto. Si no descansaba pronto, moriría.
— ¿Y que pasó?
— Tengo que ir a hacer fuego. Seguro que encontrarás un modo para ayudar al colirrojo, te doy de plazo hasta que la luna esté en lo alto del cielo.
La sabana duerme, alrededor de la fogata se sientan docenas de ojos muy juntos. La noche esta fría. Solo el crepitar de las llamas se atreve a interrumpir el momento y cada uno cuenta cómo ha ido el día: una letra nueva en la escuela, la cosecha de yuca, la venta de las cebollas, los pollos del mercado.
Todos se retiran a dormir, todos excepto Tanú, Kiro y Amina continúan junto al fuego, esperando. La mujer comenzó a hablar:
— El baobab está casi seco y el colirrojo agotado. ¿Qué pensáis hacer?
— El baobab está reseco pero es fuerte y se agarrará a la tierra hasta el final- dijo Tanú.
— Solo con su terquedad no llegará lejos.
— El colirrojo seguirá dando vueltas hasta que el baobab seco y ajado muera y entonces se apoyará en él para descansar- comentó Kiro.
— A veces nos equivocamos al pensar que si la gallina de mi vecino no pone es porque la cuida mal. Quizá eso signifique que están enfermas y pronto las mías dejarán de poner. Y si sus cabras me parecen más flacas que las mías es porque no he observado bien a las que tengo en mi corral. ¿Tanú que piensas?
— Creo que lo voy entendiendo. No me comporte bien. Quizá deba ponerme con la cabeza para abajo como hicieron los dioses como castigo al baobab.
— Si te pones cabeza abajo y yo podría sujetar sus piernas como si fuese un arado para que camines con las manos. Me parece una buena lección para ti- Replicó Kiro.
— El orgullo no debe cegarte. ¿Es útil que Tanú sea torpe y lento andando así? ¿Y que tú tengas las manos ocupadas? Si nos atacan las hienas seríais una presa fácil y cada uno de nosotros es demasiado valioso para perderlo así. Veréis, hace mucho tiempo cuando en esta parte de la sabana reinaba la nada y en medio solo había un árbol medio seco y un colirrojo desplumado pasó un mercader buscando donde instalarse pero pensó que aquel no era un lugar adecuado donde establecerse no había ni una sombra. Y pasó de largo. Después llegó un cazador y pensó que aquel colirrojo no le serviría ni para una sola comida y por allí no había ni antílopes ni jabalíes. Y pasó de largo. Llegó entonces un campesino muy sencillo y muy sabio y no vio, ni un baobab seco, ni un colirrojo desfallecido. Vio el lugar donde fundar nuestra aldea solo necesita un poco del espíritu de baobab.
— ¿El espíritu del baobab dejará que descanse sobre él el colirrojo?- preguntó Kiro.
— No solo dejará que descanse sobre él. Además le pedirá que coma las termitas que recorren su corteza, que limpie sus ramas para que puedan salir hojas, y que atraiga muchos colirrojos más que le llenen de nidos y de vida.
— El baobab ha sido testarudo como un hipopótamo que no quiere salir del rió- apostillo Kiro.
— Poco importa como sean, importa si han aprendido de sus errores y sobre todo importa que son capaces de hacer juntos.
— Hasta una lagartija podría tomar el sol sobre la nariz de un hipopótamo- rió Kiro.
— Soy más alto y más fuerte, pero solo, soy poca cosa. Contigo soy mejor y valgo más porque juntos tenemos la fuerza de…
— El espíritu del baobab- contestaron a dúo- Tanú y Kiro.
La noche cerrada acompaña a los chicos a su camastro, antes de acostarse miran entre la madera de su cabaña las ramas del baobab que, cómplice, parecía agitarse saludando. Tardarán en dormirse, no saben cómo se ha colado un colirrojo por la ventana.