Hace muchos, muchísimos años, cuando los Elfos todavía ocupaban todo el mundo, Daniel, un elfo maestro tallador de diamantes, tuvo que emigrar al sur. No es momento ahora de contar las razones que le llevaron a este cambio de aires, quizá sea una excusa para otra historia, la cuestión es que, después de algo más de nueve meses, tras un duro y agotador viaje, Daniel, el maestro tallador de diamantes, llegó al Reino de los Brutos.
A él, elfo natural del territorio de los Suaves, le costó entender las costumbres de sus nuevos vecinos. Nobles y generosos, sin embargo los Brutos hacían cosas que Daniel no acaba de comprender: “¡Qué es eso de cascar nueces con algunos de los preciosos diamantes que extraen de su mina! Estos Brutos….”
Pronto, recién instalado, el jefe de la Corte le encomendó a Daniel, nuestro elfo maestro tallador de diamantes, una difícil misión: “Daniel, la Reina quiere completar su ya numerosa colección de joyas. Encontramos hace tiempo este diamante, pensamos que podría convertirse en una buena pieza, pero nuestro anterior maestro tallador no pudo finalmente completar la obra. Por eso ahora la usamos para otros menesteres”, dijo el jefe de la Corte mientras señalaba montones de cáscaras de nueces esparcidas en el suelo, junto al diamante.
A Daniel, elfo maestro tallador de diamantes, el primer día de talla en el Reino de los Brutos le temblaban las piernas. No era hombre, perdón, quiero decir elfo, amigo de muchas palabras y menos de contar sus inquietudes, por eso pasó desapercibido al resto de gremios de elfos ocupados en sus tareas. Fue consciente desde el primer momento del potencial de la pieza que acababan de poner en sus manos. Era casi perfecta, un auténtico diamante en bruto que los Brutos no habían sabido apreciar. Poco trabajo de talla sería necesario, pero un mal golpe, un desvío de unas micras, un exceso de presión podía dar al traste con la pieza, destrozarla, dejarla inservible como joya, relegada para cualquier otra cosa, como cascar nueces….
Fueron meses de trabajo, primero estudiando, observando, analizando hasta el mínimo detalle, el resquicio más escondido, el minúsculo trocito de roca materna adherido al diamante. Pero después llegaron los golpes, escasos y certeros; la pieza le respondía, parecía como si toda su vida (para Daniel las piedras preciosas eran seres vivos) había estado esperando esos simples toques que desplegaran todo su potencial. Daniel, nuestro elfo maestro tallador diamantes, vibró con su trabajo, orgulloso lo contemplaba jornada tras jornada, mientras decidía los siguientes golpes que la piedra le pedía…
Y es así, como no mucho tiempo después, el magnífico diamante bruto, relegado a servir de cascanueces, se convirtió en la auténtica Joya de la Corona del Reino de los Brutos. Por cierto, la Reina, lo siguió utilizando, de vez en cuando, para partir nueces; porque por supuesto, aún servía para esa función.
Daniel, nuestro elfo maestro tallador de diamantes, continuó su discreta y anónima labor en el Reino de los Brutos. Él era un simple maestro tallador de diamantes…